El maestro y el poder del conocimiento.(Fragmento)*

“Es en y por la investigación como el oficio de maestro
deja de ser un simple oficio y supera incluso el nivel
de una vocación afectiva para adquirir la dignidad
de toda profesión que constituye a la vez arte y ciencia”.

Piaget 1969.

*Tomado de “Los retos del Próximo Milenio” Colección Diez para los Maestros, SNTE, México 1995


¿Qué cosa es el conocimiento? A primera vista parecería fácil distinguir lo que conocemos de lo que ignoramos, pero al intentarlo ya no resulta tanto. El Diccionario de la Real Academia Española dice que conocimiento es “Acción y efecto de conocer”, y define el término conocer como “Averiguar por el ejercicio de las facultades intelectuales la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas”. Eso significa que las emociones, los presentimientos, las convicciones, las creencias y todas las demás formas de relacionarnos con la realidad (y que constituyen la mayor parte del contenido de nuestra vida diaria) no nos llevan al conocimiento. Y también quiere decir que cuando a pesar de estar utilizando nuestras facultades intelectuales no averiguamos la naturaleza, las cualidades y las relaciones de alguna cosa, no la conocemos. Si aceptamos la definición del Diccionario de la Real Academia Española, resulta que conocemos muy pocas cosas.


En los medios académicos los filósofos se preguntan: ¿cuáles son las diferencias entre entender, conocer, saber y creer? y escriben libros tratando de separar el sentido de cada uno de esos términos. Los científicos (que en general ignoran las sutilezas de los filósofos) consideran que la palabra conocimiento se usa de dos maneras: una, restringida, que se refiere sólo a los datos obtenidos por medio de un método llamado científico, y otra, amplia, que incluye a la anterior y además también a la información generada por otros procedimientos. Naturalmente para los científicos el único conocimiento válido es el obtenido con su método, que incluye el análisis crítico y la confirmación por otros científicos. Pero todos ellos están convencidos de que ese conocimiento es incompleto además de ser en parte falso y por lo tanto efímero.


El conocimiento científico es incompleto porque en la naturaleza misma de la ciencia está crear nuevas preguntas, plantear siempre nuevas interrogantes; cada vez que se descubre algo se abren campos cuya existencia antes se ignoraba y que ahora ya pueden explorarse. Y el conocimiento científico es en parte falso y por lo tanto efímero porque buena parte del progreso de la ciencia consiste en corregir la información que se posee en un momento dado sobre algún segmento de la realidad.


Esto ocurre con frecuencia cuando un fenómeno determinado se estudia con una nueva técnica, lo que como regla genera nueva información; por ejemplo, el conocimiento que teníamos de la estructura de la célula obtenido por medio del microscopio de luz, cambió radicalmente cuando la pudimos estudiar con el microscopio electrónico, y está volviendo a cambiar ahora, con las nuevas técnicas para la preparación de las células antes de su observación, que conservan mucho mejor su verdadera estructura, que antes no conocíamos así de bien.

Además de que el conocimiento científico es incompleto y en parte falso, también tiene otro carácter peculiar, que le resta todavía más peso: pocas veces confiere certeza absoluta y más bien enuncia sus proposiciones en lenguaje probabilístico. Esto significa que casi nunca podemos afirmar categóricamente que las cosas son de una manera o de otra, sino más bien que probablemente son de una manera o de otra. Hay situaciones en las que sí podemos ser categóricos: por ejemplo, cuando afirmamos que la sangre circula en el hombre y en muchos animales, o cuando señalamos que el cura Hidalgo fue fusilado, o cuando decimos que la capital de Turquía es Ankara.

Pero cuando intentamos enunciar principios más generales con mayor precisión (las llamadas “leyes de la naturaleza”) empezamos a tener problemas, como cuando decimos que la selección natural es el mecanismo de evolución biológica o que las leyes de Newton explican los movimientos del universo: para cada caso, el enunciado más correcto (científicamente) sería que la selección natural probablemente es el mecanismo más importante de la evolución biológica y que las leyes de Newton probablemente explican los movimientos del universo en ciertas condiciones.

Pero a pesar de que el conocimiento obtenido por el método científico más riguroso es incompleto, parcialmente falso y probabilístico, los hombres de ciencia insisten en que es el mejor que tenemos, gracias a otra propiedad que también posee: que funciona, que sirvió como la palanca que facilitó la transformación del mundo medieval en moderno, que a partir del Renacimiento nos ha permitido manipular y explotar a la naturaleza en nuestro favor, que define a la modernidad, sostiene la compleja estructura de la sociedad actual y encierra las promesas más fantásticas y hermosas para el futuro. Ninguna otra de las numerosas formas de relación del ser humano con la realidad, que reclaman el nombre de conocimiento, tiene una hoja de servicios a la humanidad comparable a la del conocimiento científico. Pero no todo ha sido positivo: en el tribunal de la sociedad, la ciencia también se ha sentado en el banquillo de los acusados, desde Galileo y también recientemente.